domingo, 21 de febrero de 2010

Palabras sobre el Mimo


"Es un destino muy extrano de verdad lo de aprender un arte para que no se vea nada de eso"
Decroux - Palabras sobre el Mimo



"Es un destino muy extraño de verdad lo de aprender un arte para que no se vea nada de eso"
Decroux - Palabras sobre el Mimo

Yo he mencionado Ètienne Decroux porque, aunque queriendo mantenerme lejos de hacer interesantes discursos sobre el método y la técnica del actor, sin embargo, siento la necesidad de demostrar mi simpatía por el gran mimo, actor, director y teórico francés antes de empezar cualquier discurso sobre el teatro, la danza y la recitación en general.
Además, sólo para aclarar mis intenciones y mi punto de vista, sigo pidiendo que el teatro es lo que ocurre "aquí y ahora" por delante de al menos un espectador en un espacio definido, no queriendo llevarme más allá del limite ya provocatorio del genial P. Brook, teniendo en cuenta el caso de la ausencia del espectador. Incluso en estas condiciones esquemática se pone el problema de la existencia de un área oculta a la percepción del espectador. Es precisamente esta parte no observable y oculta del teatro que ejerce una irresistible encanto. El "entre bastidores", la zona oscura de la cueva, el mundo exterior, el guión lleno de garabatos, el manejador de muñecos y sombras chinas.

Los niños que miran una tela en la que se proyectan las sombras, después de poco tiempo saltan en pie para ir a ver lo que ocurre detrás de la tela. Por el contrapaso, el terrible destino de la gente de teatro, entendida en su sentido mas amplio, no sólo como actores sino como personas que trabajan para un espectáculo, es que seguirá siendo incapaz de asistir en cualquier manera a sus espectáculos, su labor, por lo menos no en la forma en que usted asistirá al espectador. En este sentido, el teatro es una ilusión peligrosa.

Películas y grabaciones no ayudan, confunden las ideas, y contribuyen a filtrar las soluciones mas fotogénicas. Y los que se ocupan en cine saben cómo la luz es una tarea difícil y un importante elemento en la grabación de una escena teatral.

Por esta imposibilidad de verse desde el exterior hay la necesidad de tener un espectador, posiblemente con experiencia de actor, que viendo el espectáculo desde el exterior,
puede adaptar en una especie de mixer humano, colores, expresiones, intenciones, gestos y voces de los actores, luces, sonidos y captando todos los defectos de correger, incluso aquellos que sólo podría ver un otro actor, o el mas experto de los prestigiadores. El capocomico, el director, el coreógrafo, el director musical ...

Si, por un lado, hablar de arte involuntaria es sin duda una paradoja, por otra parte, y como consecuencia de ello, no se puede hablar de una obra de arte sin intención.
Incluido cuando la intención del artista es no tener intención, o ocultar su intención, o más artísticamente esfumar y mezclar todos sus tonos en acciones surrealistas y no
de todos los días. Este último caso es muy raro en el teatro y, mágicamente , cuando esto suceda, no se quiere salir más. En el momento del entrenamiento y de la creación puede tener sentido experimentar y probar, pero en el momento de la puesta en escena final ya se debe haber creado y resuelto. Esto sigue siendo válido incluso en el teatro de improvisación y en todas las formas de teatro en la que la relación entre la intención y la acción se interpreta de una manera creativa o revolucionaria.

Este discurso podría ser considerado como fin en sí mismo cuando el objeto inanimado, en el teatro que ha sido siempre lugar de encuentro de lo mejor que todas las demás artes pueden ofrir, fue sólo el telón, la máscara, un simulacro de hombre manejado de hilos, una rotación de una macroscópica maquina escénica, o el efecto envolvente (surround) , o los terribles micrófonos color carne o los hechizos de un mago, y incluso el cine, ultracentenario y último en llegar sobre una tela de tul transparente, en el vasto muestrario del "deus ex machina".

Pero ahora, desde hace algún tiempo, hablamos de tecnología y tecno-actores de teatro, el actor se ha quedado atascado entre tecno-hondas de cuero negro, de estilo un poco ciber-punk y un poco sado-maso, para tener el control en tiempo real de otros actores o monstruos virtual proyectados en maxi-pantallas.

Es emocionante este impulso del tecno-director para el actor virtual y aparentemente perfecto y manejado de cables invisibles, y entiendo muy bien el actor que por la ética de su profesión y la situación económica de hoy en el teatro no retirarse antes de cualquier cosa, incluyendo este negro mono que yo mismo quería probar y llevar.

Pero entonces, de acuerdo con esta línea, uno podría pensar que en Second Life, donde en Febrero 2008 fue representado por la primera vez el Hamlet de Shakespeare con actores virtuales, ya están haciendo la historia del teatro, mientras aquí en la vida real sólo vamos a pretender de hacer teatro. De hecho, estoy casi seguro que muchos directores están ya soñando para plantar en sus actores microchips neuronales que anulen la voluntad para hacerlos perfectas marionetas en carne y huesos. Mas bien, quizás ya es así y no lo sabemos?

Cada hombre puede explorar, durante su vida, las infinitas posibilidades de la existencia. Queda entonces a elegir entre dos caminos, que hoy se denominan "virtual" y "real" y que cuando no existía la informática se llamaban "poder" y "acto" sino también "cuento" y "vida", "mito" y "historia" y que mañana, a causa de sus naturaleza intrínsecamente dinámica, serán mutados varias veces uno en el otro, cada uno en su propio contrario, en un continuo movimiento que persigue un doble hélice o "precesión de simulacros" sólo para mencionar J. Baudrillard. La usual quimera, en definitiva. En este dualismo "verdadero o falso" "virtual o real" el actor sigue siendo expuestos en su totalidad real o supuesta porqué el actor se haga de la voz, la carne, los huesos y la piel sudada. El actor también tiene una historia personal, una vida, una memoria, una inteligencia racional y una emocional, todas las cosas que son parte de aquel invisible motor dentro de la "máquina actorial", el arte que se debe dejar de lado, que no se debe ver, la de que habla Decroux, que pero a veces traiciona sólo a través de un sentido, tenido poco en cuenta de los grandes medios de comunicación, que es el olor.

El teatro ha muerto muchas veces, especialmente en los últimos 100 años, por mano y boca de sus propios grandes innovadores que eligieron legítimamente, en mi opinión, esta imagen de la resurrección para encontrar nuevas vías de expresión, y como una fantástica Araba Fenix el teatro ha encontrado, cada vez, nuevas energías en estas cenizas.

Entre muchos de los grandes teóricos quiero sólo mencionar, por ejemplo, J. Grotowskij, el más incomprendido de todos, que en el inicio de los años '70 solía decir con gran transporte emocional que el teatro, tal como se conocía, estaba muerto y que era necesario hacer frente a otra cosa, por ejemplo a "las interacciones entre las personas en una situación en la que podrían liberarse de las máscaras sociales". Entonces algunos se vistieron todos de negro como cuervos de mal agüero, y se
canalizaron en una idea mortal y auto-destructivas de un presunto teatro grotowskiano, donde se grita mucho, y el público debe sufrir penurias y asaltos. Otros, y son los más interesantes sin embargo, realmente han empezado a cuestionar y discutir esta y otras cuestiones planteadas por el gran teórico, llegando después de un largo trabajo, como deben ser todos los verdaderos trabajos de investigación, a nuevos y emocionantes resultados.

Ahora en los albores del nuevo milenio se encuentran los habituales empujones mortales que ven en el teatro, un viejo moribundo digno sólo de ir acompañados con incomprensible y oscura música fúnebre y accesible sólo por un público entendido. Pero el teatro no morirá aún esta ves, pueden morir directores, críticos, teóricos, pueden colapsar los lugares del teatro especialmente aquellos con una mala acústica, y los que existen solo para recoger dinero para los municipios mafiosos y sin escrúpulos.

El teatro existe y seguirá existiendo hasta que haya un espacio, una audiencia, posiblemente aún no contaminados por discursos como este que termina aquí, tal vez sólo los niños y adolescentes, algunos adultos con el síndrome de Peter Pan (gran invención teatral, para aquellos que recuerdan, de JM Barrie 1860-1937), buenos actores, y el placer de estar juntos y jugar a hacer el verso al mundo, en un ritual que siempre seguirá, a pesar de todo, ejerciendo un irresistible encanto y, sobre todo, lleno de misterio.